
Más allá de un pantano inundado en nieblas, la princesa difunta seguirá apareciéndose, cual ninfa espectral al caer la tarde, cuando llueva en la intemperie de los árboles desnudos o cuando el otoño tiña de ocre las profundidades de un río arcano.
En algún lugar del palacio acuoso continuará Lavernne sollozando por su orfandad en tinieblas, purgando a la vez sus penas en aquel paraje de cieno y cristal donde una vez deambuló en su locura.
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